La pieza arqueológica del Museo con mayor ascendiente sobre los emeritenses es, sin lugar a dudas, la cabeza de Augusto. El motivo es más que evidente: es el retrato del emperador bajo cuya férula se fundó la ciudad. Ocupa un lugar destacado en las Salas, al igual que ocurriera en la época romana, cuando presidía la llamada «aula sacra», una habitación lujosamente adornada de mármol situada en el peristilo del teatro, en el eje de la puerta principal de la escena o valva regia. Durante un tiempo se pensó que en ese lugar se podría haber rendido culto la familia Imperial, aunque seguramente solo fuera un espacio de representación.
Fue descubierta en el año 1934 en los excavaciones dirigidos por Antonio Floriano, y en la que participó el afamado emeritense Juan de Ávalos, el cual realizó unos apuntes al natural en el momento del hallazgo. La aparición de la cabeza de Augusto vino acompañada de otras notables piezas de un mismo conjunto: dos retratos masculinos y cinco esculturas togadas, aunque la objeto de estas líneas es, con diferencia, la de mayor mérito artístico.
Esculpida en mármol de Luni-Carrara, seguramente llegó importada a la colonia procedente de algún mercado de arte en la antigüedad. Sigue el modelo de Vía Labicana, así llamado por el lugar de aparición de la que es considerada como prototipo. El emperador viste la toga que le cubre parcialmente su cabeza en tanto que pontifex maximus de los cultos oficiales, distinción que le fuera otorgada en el año 12 a.C. Aunque el cuerpo de la estatua emeritense no ha sido hallado, debía seguir el mismo patrón iconográfico.
J.L.B.